La selección rusa se las prometía muy felices en unos Juegos Olímpicos que organizaban ellos. Tenían el apoyo de su público, la presencia de las instituciones nacionales y el tamaño europeo de la pista que tantos problemas les solía a dar a los canadienses, los grandes favoritos junto con los locales.
Tras una primera fase en la que no consiguieron el pase directo a los cuartos de final, Rusia comenzó a verse superada por la enorme presión mediática que les perseguía constantemente. Ser anfitriones y favoritos no supone que todo les sea favorable. Sufrieron para derrotar a la débil Noruega y se les venía encima un encuentro de cuartos frente a la incómoda Finlandia, que a pesar de las importantísimas bajas que tenían practicaban un hockey sólido y efectivo, todo lo contrario que Rusia, donde sólo un mermado Pavel Datsyuk aportaba algo ‘diferente’.
Si bien los rusos, como ya se ha dicho, se las prometían muy felices en los JJOO, ocurriría lo mismo en el partido. En la primera situación de Power Play a favor, Datsyuk asistió a Kovalchuk para que, con un slap sublime, batiera a Tuukka Rask. 1-0 y fiesta en las gradas, que duraría poco más de 1 minuto, el tiempo que tardó Juhamatti Aaltonen en sacarse una enorme jugada individual de la manga para empatar el encuentro con algo de ayuda de Semyon Varlamov.
A medida que avanzaba el primer tiempo se veía lo que se esperaba en cierta medida de cada selección, o al menos lo que se había visto hasta ahora. Las estrellas rusas hacían la guerra por su cuenta con unos invisibles Malkin y Ovechkin. Datsyuk no encontraba a nadie con quien jugar y Radulov, muy en su estilo, ponía más corazón que cabeza. La defensa, pese a estar llena de excelentes patinadores, era muy lenta, y fruto de esa lentitud llegó el jarro de agua fría para los locales. Mikael Granlund le robó el puck a Voynov tras un sprint y asistió a Teemu Selänne, libre de marca, pues Markov optó por lanzarse contra el jugador de los Wild en vez de permanecer junto al mítico ala de los Ducks. 1-2 y tiempo de descanso.
Los primeros 10 minutos del segundo período iban a ser más de lo mismo. Finlandia dominando el encuentro y Rusia jugando a algo parecido al hockey. En una situación de Power Play, Mikael Granlund recogió un puck en la zona del portero y marcó el 1-3 sin oposición alguna. La grada comenzaba a cubrirse de nubarrones negros mientras los rusos veían pasar los minutos sin premio alguno. Bilyaletdinov, en un intento por recargar la moral de su equipo, sacó a Varlamov de la portería y metió a Bobrovski. Las estrellas comenzaron a verse algo más, pero ahora el protagonismo iba a ser para Tuukka Rask, que detuvo absolutamente todo lo que le lanzaron.
Tras el descanso, Rusia salió decidida a empatar el partido, pero de nuevo se encontraron con un muro infranqueable en la portería finlandesa. Rask acabó con 37 paradas. Bobrovski no encajó ningún gol pero sí que tuvo que ‘robarle’ uno a Jussi Jokinen, que no podía creerse que el luminoso no reflejara el 1-4. La grada dejó de animar y la selección rusa se quedaba sin opciones de medalla en su olimpiada. La tragedia ya no era una sombra, era una realidad.
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