Cuando Chris Kunitz fue invitado al Olympic Camp del equipo canadiense este pasado verano, se le preguntó cuántas veces había imaginado que podría estar en Sochi. Respondió sin vacilar: Nunca.
Y no porque no se lo merezca, sino porque echando la mirada atrás tenía muy presente lo duro que había sido hacerse un hueco en la élite del hockey.
Chris Kunitz no fue drafteado. Al no conseguir llamar la atención de los ojeadores de la NHL tras su paso por la Saskatchewan Junior Hockey League (SJHL) jugando para los Melville Millionaires de su localidad natal, probó suerte en la liga universitaria con los Bulldogs de la Universidad de Ferris State. En su temporada como senior, firmó una actuación de 35 goles y 79 puntos, lo que le valió para ser finalista del trofeo Hobey Baker al mejor jugador universitario, y por fin consiguió el ansiado contrato como agente libre en la NHL con los Anaheim Ducks.
Pero la adversidad de sus inicios no había acabado ahí: En su primer año los Ducks renunciaron a él en waivers asignándole a su equipo afiliado en la AHL, Cincinnati Mighty Ducks. Durante el lockout de 2004-05, continuó en Cincinnati hasta que fue reclamado por Atlanta Trashers en la temporada 2005-06. Volvió a caer en renuncia a los Portland Pirates, que por entonces era el equipo afiliado en la AHL de los Trashers. Allí jugó apenas cinco partidos pues dos semanas después volvió a ser reclamado en waivers por los Ducks, jugando un total de 67 partidos y anotando 19 goles y 22 asistencias. Dos años después de su debut en la NHL, y en atención al número mínimo de partidos que un jugador debe jugar en su primera temporada en la NHL, Kunitz aún era un rookie, así que con esos 41 puntos consiguió el récord de puntos de la franquicia superando los 39 puntos de Paul Kariya en la temporada 95-96, si bien fue superado en la temporada siguiente por los 45 puntos de Dustin Penner. Oficiamente, ya era un “late bloomer” en toda regla.
En la temporada siguiente, Kunitz consiguió mejorar sus marcas con 25 goles y 35 asistencias, y recibió la capitanía alternativa en detrimento de Rob Niedermayer. Según su entrenador Randy Carlyle, Niedermayer lo había hecho bien, pero era una forma de involucrar a los más jóvenes en el papel de liderazgo.
Sin embargo, la producción anotadora de Kunitz descendió en las dos próximas temporadas, y a pesar de contribuir a la consecución de la Stanley Cup de 2007 fue traspasado a los Pittsburgh Penguins junto con la joven promesa Eric Tangradi por el defensa Ryan Whitney. Los Penguins perseguían una fuente secundaria de anotación tras Crosby y Malkin. Durante los playoffs de 2009, contribuyó con 1 gol y 13 asistencias para que los Penguins alzaran la Stanley Cup. Desde entonces, Kunitz es una pieza clave formando línea con Malkin/Neal y Crosby/Dupuis, respectivamente.
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Sus números crecieron hasta los 61 puntos de la temporada 2011-12. En la temporada actual, ya lleva 47 puntos en 44 partidos. La química de Kunitz con Sidney Crosby a más de uno le hizo pensar que sus números eran fruto del talento de Crosby. Preguntemos a los números: El pasado 6 de diciembre, un reportero del Trib-Review twiteó: “Kunitz anotó 78 goles en sus últimos 160 partidos. Crosby sólo estuvo en 88 de ellos”. Es más, un reciente estudio de la web pensburgh.com puso en relieve que Crosby es más productivo con Kunitz que viceversa: Crosby con Kunitz anota 1,83 goles y encaja 0,58 goles cada 20 minutos. Crosby sin Kunitz anota 1,23 goles y encaja 1,03 goles cada 20 minutos.
Kunitz y Crosby son una pareja letal, demasiado tentador para el bueno de Babcock.
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